CALIDAD EDUCATIVA Y ÉXITO EDUCATIVO



No tiene mucho sentido hablar de calidad educativa (yo prefiero hablar de “educación de calidad” que tiene menos connotaciones) sin tener en cuenta de manera primordial los objetivos de la propia educación y la consecución de tales objetivos por los propios individuos, por un lado, y de las instituciones educativos y sistemas educativos, por otro. Es decir, una educación de calidad es aquella que logra el éxito educativo de los individuos en el marco y en interacción con la sociedad en la que viven, ya que el éxito educativo de hecho supone también un éxito social.

La tradicional identificación de “éxito educativo” con el “éxito académico” es una concepción totalmente obsoleta, propio de la sociedad industrial y post-industrial del siglo XX,  alejado de la sociedad del conocimiento de los inicios del siglo XXI. Aun así esta concepción sigue prevaleciendo en nuestro sistema educativo y en la propia práctica educativa, que mantiene los objetivos académicos en un lugar prominente y en detrimento de otros objetivos educativos, tan esenciales al menos como los anteriores y transcendentales para que la educación permita conseguir a los ciudadanos las competencias individuales necesarias para adaptarse y vivir en la sociedad en la que actualmente vive, caracterizada por la rapidez con la que la propia sociedad cambia.

Hace ni más ni menos que 67 años, en 1948, la ONU en el artículo 26 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos señalaba que “la educación tendrá por objeto el pleno desarrollo de la personalidad humana y el fortalecimiento del respeto a los derechos humanos y a las libertades fundamentales; favorecerá la comprensión, la tolerancia y la amistad entre todas las naciones y todos los grupos étnicos o religiosos; y promoverá el desarrollo de las actividades de las Naciones Unidas para el mantenimiento de la paz.”

Asimismo y en la misma línea, la Constitución Española de 1978 en su artículo 27 declara que “la educación tendrá por objeto el pleno desarrollo de la personalidad humana en el respeto a los principios democráticos de convivencia y a los derechos y libertades fundamentales.”

Entendiendo la personalidad como una faceta del ser humano que no es estable ni consistente, sino dinámica y en interacción con el contexto social (el cual posibilita el desarrollo de esa personalidad individual), el éxito educativo de una sociedad consiste precisamente en ese hecho: conseguir el desarrollo de la personalidad de sus ciudadanos, en interacción con otras personas y sistemas sociales, para que sean competentes  para adaptarse forma positiva al momento y a la sociedad que les ha tocado vivir en los inicios del siglo XXI.

Así pues, y como señala la OCDE, el desarrollo de las  competencias educativas clave debe posibilitar tanto el éxito para los individuos como el éxito para la sociedad. El éxito individual implica tener un empleo con ingresos aceptables, la salud y seguridad personal, la participación política y su interacción adecuada con redes sociales.. El éxito social está referido a la productividad económica, los procesos democráticos, la cohesión social, equidad, derechos humanos y la sostenibilidad ecológica.

Entendiendo, pues, el éxito educativo por una parte como la consecución del éxito individual, mediante un adecuado desarrollo de las competencias educativas básicas, y por otra como éxito de una sociedad con ciudadanos que participan democráticamente en la misma, que de igual manera participan en el desarrollo económico del país y que mantienen formas de vida contribuyan a la sostenibilidad ecológica, la Educación de Calidad será la que de mejor manera consiga el éxito educativo de los alumnos mediante un desarrollo armónico de las competencias educativas básicas.

Esta Educación de Calidad depende muy poco de las leyes educativas y mucho de la práctica docente de los profesionales de la educación, así como de los programas educativos que los centros educativos desarrollan y que debieran ser favorecidos y apoyados en todo momento por las administraciones educativas.

Una Educación de Calidad precisa de unos instrumentos de evaluación adecuados que valoren con la mayor precisión posible el grado en que se van desarrollando las competencias educativas básicas. En este sentido las diferentes pruebas PISA han conseguido evaluar a nivel internacional algunas de estas competencias concretamente las competencias lingüística, matemática y científica. Pero mantiene de esta manera la hegemonía de unas competencias sobre otras, y concretamente las competencias que más se asocian al denodado termino de “materias instrumentales”, con lo cual estas pruebas, así como las que han seguido el mismo modelo (evaluación diagnóstico, reválidas…) dejan sin evaluar más de la mitad de las competencias educativas básicas, resultando obviamente una evaluación demasiado parcial. La priorización que hace de esas competencias “instrumentales” el decreto de currículo de ESO y Bachillerato recientemente aprobado acentúa la división entre competencias de “primera” y competencias de “segunda”.

Muy importante sería la “democratización” de los indicadores educativos internacionales de PISA o los nacionales realizados por el INEE (que son públicos y publicados), en el sentido de ser más utilizados por los profesionales de la educación y los centros educativos a la hora de evaluar sus programas y actuaciones y/o fijar sus propios objetivos educativos.



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